Esta mañana hacia mucho frio cuando bajé de la moto y me fui a tomar un té caliente en un bar/restaurante de la Calle Diagonal en Barcelona. Me senté en la barra, y el camarero sonriente y con un tono muy agradable me da la bienvenida y me pregunta que quiero tomar. Enseguida pensé: “mira que simpático…” y el momento del té fue como más agradable.
Eso no es todo. Los 10 minutos que estuve allí, me fascinó la actitud de este camarero: sonriendo a todos, jovial, saludando a cada uno que entraba, llamando a muchos por su nombre, confirmando si hoy también querían el café con leche fría o el cortado corto de café, o el bocata de atún o de jamón pero, ojo, sin tomate. ¿Cómo se puede acordar de todo esto?
Intrigada se lo pregunté. Mejor dicho, primero le felicité por su actitud que me parecía remarcable y después le pregunté. Su respuesta fue muy sencilla y muy valiosa: “estoy aquí todos los días y me gusta cuidar de mis clientes. Así me lo paso bien”. Chapeau!
Este hombre me demostró la fuerza del compromiso para conseguir resultados extraordinarios. Cuando un empleado está feliz, disfruta de su trabajo, se siente bien tratado, entonces su impacto en los clientes es multiplicador. ¿Cuántas personas vuelven aquí cada día porque lo llaman por su nombre y se acuerdan de lo que les gusta? Muchas, seguramente. De hecho, tengo un cliente al lado donde voy a menudo y me haré un placer volver aquí.
Es tan sencillo y tan complicado a la vez. Esta ecuación básica que lo dice todo: