¿Vivimos todos a 1000 por hora, incluso para ir a clases de yoga, llego corriendo y me voy… corriendo! Y el poco tiempo que tenemos libre, lo utilizamos a menudo pegados a una pantalla… ¿Desde cuando no te has dedicado dos días enteros?
Esto es lo que hice un fin de semana este invierno. Me regalé dos días. Para mí. Para mi cuerpo. Para mi mente. Para mi alma. Que lujooooo.
Estuve en plena naturaleza desde el viernes por la tarde hasta el domingo por la tarde, en un retiro de yoga y meditación con una profesora que me inspira mucho. Yo sola con mi mat y mi maletita. En medio de los bosques, escuchando el viento y mirando al mar.
Fue una experiencia increíble. Primero porque te sale de tu zona de confort: llegar en medio del bosque, quien serán los otros alumnos, y que cosas raras vamos a hacer… Segundo porque te despreocupas de todo y sigues el movimiento, el flow… Es tan agradable dejarse llevar cuando una siempre esta pensando en una cosa por añadir en su To do list… Y tercero porque vives muchas experiencias, que te remueven, que te abren, que te incomodan, que te impactan, que te enseñan.
Descubrí por ejemplo el poder de la música y del canto, cuando el mantra se convierte en trance. O dejarse llevar por la fuerza de la vibración de los gongs, como olas que atraviesen el cuerpo y la mente y que te generan imágenes, emociones, sensaciones y una relajación absoluta en el cuerpo. O cuando madrugas para mirar el sol levantándose encima del mar, con la brisa en tu cara, escuchando los pájaros, humeando la mimosa y saboreando un té caliente entre tus dedos.
Todos esos momentos son magia pura. Se te abre el corazón, te nutres de energía, salen las malas ondas, te incomodan algunas emociones, creces, aprendes, disfrutas.
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